GRABADO
Grabado a fuego lento
Iglesias Brickles suele reconocer que en su obra, que comienza a definirse en los años 80 en Buenos Aires -ciudad a la que el artista está férreamente ligado, a pesar haber nacido en Curuzú Cuatiá en 1944-, tuvieron mucho que ver los expresionistas alemanes y nórdicos, sobre todo la vanguardia de entreguerras -Munch, Dix, Beckmann-, y todos los que como ellos hicieron de la gráfica un arma para la ironía, pero también para narrar la tragedia. Esos artistas cruzaron la frontera mental que el grabado impone a muchos de sus practicantes -ese asunto tan rígido del oficio, quizá porque la mano, en esa disciplina, aparece tan poderosa frente al material- y extendieron sus límites, como lo volverían a hacer después los norteamericanos Lichtenstein y Rauschenberg. Fiel a esa consigna de audacia, Iglesias Brickles ha llegado, incluso, a considerar un grabado como un simple punto de partida, que después colorea o modifica a su gusto hasta llegar -en contra del concepto de serie que rodea las técnicas gráficas- a sus xilopinturas, una suma de originales.
Pero una línea realista, de apego al mundo, lo conduce por los meandros de la experimentación. El lenguaje de la calle -el de los carteles, el de las señalizaciones, el de los rostros, el de la gente, el de la ropa, el de los discursos del poder, el de las consignas caídas- apuntala esas "series" que a veces empiezan y no terminan, pero que volverán a redondearse con el tiempo, después de que el artista haya incursionado por otras imágenes, por otras situaciones. Esas vueltas -mejor dicho, esas persistencias- le han revelado que en la fauna humana existen algo así como prototipos, encarnaciones de algo que se reitera a lo largo de los años. Él puede buscar algunos de los personajes de Roberto Arlt, por ejemplo, en la multitud que recorre la ciudad -ciudad-álbum, ciudad- texto-, o pescar situaciones que darían un tango, o que se producen porque sus protagonistas tienen un alma tanguera. Situaciones que rondan ese tipo de ficción que, suplantando a la realidad -como las telenovelas-, se convierten para la gente en parte de la realidad.
En “El Jorobadito” (1985), Iglesias despoja a la figura de todo entorno que provenga de Arlt -anecdótico, histórico-, lo viste a su capricho, pero lo urde en líneas muy duras para revelar el resentimiento ancestral del personaje. En “Velada danzante” (1984), una pareja baila en una especie de escenario en cuyo fondo hay un espejo que no repite el piso de madera en que bailan,
aunque repite los parlantes, las luces, la silla al costado; más bien lo convierte en un desierto, y convierte también el signo gráfico que representa el sonido, esos rayos, en un estallido de luz. En “Jesucristo entrando a la cancha de Boca” (1993), Iglesias une dos tendencias que vienen caminando en su obra: la de la representación casi inmediata, a veces metafórica, con una carga de (tramposa) religiosidad que habla, en términos plásticos, de la superstición. Superstición, religiosidad, ficción de lo real, mitos, parecen condensarse en “Apasionadamente” (1994) o en “La despedida” (1994), que nacen -según contó el artista a Página/12- de las fotos de un libro donde se documenta la historia del cine argentino hasta los años 50. Se trata del beso impostado de aquellos galanes y de aquellas mujeres casi fatales que se quebraban, como si estuvieran bailando, en la pantalla. De ahí había arrancado, también en 1993, su “Porteño básico”.
Y hay más, mucho más a indagar en esta muestra de grabados y xilopinturas en la que Iglesias Brickles muestra una etapa de su obra. Trabajos que, en conjunto, alternan el lenguaje de la historieta con el dibujo más tradicional, lo simbólico con el realismo, lo heavy con lo nostálgico, en secuencias muy precisas, muy intensas, donde algo ha pasado o algo está por pasar.
Miguel Briante
Página/12, Buenos Aires, 14 de junio de 1994